Preludio 19, Celeste Soranna

Extrañas estrellas fijan la tierra
tienen el color del hierro y vagan por el deseo.
con brazos incandescentes buscan el amor
y alcanzan el frío del aire.

Else Lasker-Schüler, Stelle innamorate

Seltsame Sterne starren zur Erde,
Eisenfarbene mit Sehnsuchtsschweifen,
Mit brennenden Armen die Liebe suchen
Und in die Kühle der Lüfte greifen.

Else Lasker-Schüler, Liebessterne


Del deseo a pesar de todo

Cualquiera que sea el nivel del grafo donde se encuentra, nadie puede declarar el deseo, por ello toda consideración o articulación conceptual resuena fácilmente predicativa.

“¿Qué es el deseo, si el deseo es el deseo del Otro?” [1]

Es sobre este punto que Lacan vuelve repetidas veces a lo largo de su producción. Es sobre este punto que él se interroga cada vez como si fuera la primera.

Como si cada vez tratara de inventar alguna cosa diferente, de elaborar nuevas fórmulas, a a fin de sustraer lo que no pasa del deseo del analista (o lo que no pasa siempre) : ni por la puerta de la la sexuación , ni por la puerta de salida ya paradójicamente abierta. Lo que pensamos como fórmulas cuánticas de la sexuación [2]

Para la poesía del tercer milenio, como para el deseo del analista, se debería inventar un sistema “de anti-fragilidad”, es decir de salvaguarda de la paradoja. Si la poesía del tercer milenio es definida como “un enigma frágil”[3], en la medida que se escapa en la adopción del decir, el deseo se sustenta con paradojas.

Observamos lo que dice Henri Meschonnic del sujeto de la poesía en “Celebración de la poesía”[4]. “Para un poema, hace falta aprender a rechazar, a trabajar toda una lista de negativas. La poesía no cambia si no se la rechaza. Como el mundo no cambia mas que por lo que se rechaza”
Decir no, para consentir. Pero ¿a qué?

Si el deseo no coincide ni mucho menos con lo que es verdad, como también nos hace notar Demostenes en una de sus máximas, entonces, paradójicamente, decir no al amor engañoso- el amor en tanto que semblante de saber- lo que puede significar consentir de modo que el psicoanálisis continúe existiendo a través de un amor diferente, amor que emerge del discurso del analista.

Tal vez pero no hay amor nuevo, diferente. Excluirnos también es posible, pero no hay nada que hacer, dicen, en cuanto a “no querer saber nada de ello” propio de cada uno con respecto al horror. Sí, hay un pero. No hay que olvidar el deseo en tanto que objeción (al goce, a la impotencia, a la impostura…) pero, aun así, el psicoanálisis aspira a un amor que apunta realmente mas allá del engaño… hasta la prueba de lo contrario.


Traducido por Marta Casero


[1] Jacques Lacan, El Seminario, Libro XXI, Les no-dupes errent, lección de 9 de abril de 1974

[2]Ibid.: “ A, Roma…se me plantearon preguntas, a saber, si las formulas cuanticas, porque son cuatro, podrían situarse en algun lugar de una manera que tendrían sus correspondencias con las fórmulas de los cuatro discursos. No es necesariamente infecundo, como ya he mencionado, es que el pequeño a viene al lugar de la x de las fórmulas que yo llamo : formulas cuanticas de la sexuación.”

[3] Giovanni Dotoli, La poesía francesa al comienzo del tercer milenio o «el énigma fragil », Schena Editore, Prensa de la Universidad de Paris-Sorbona, Brindisi, 2002.

[4]Henri Meschonnic. Celebración de la poesía, pp. 252-254: « Para un poema, hace falta aprender a rechazar, a trabajar toda una lista de negativas. La poesía no cambia si no se la rechaza. Como el mundo no cambia mas que por lo que se rechaza”