Preludio 13, Manel Rebollo

¿Qué desea la palabra?

¿Qué significa deseo? ¿Qué quiere decir esa palabra?

La misma pregunta implica un deseo de decir en las mismas palabras, un « querer decir » que certifica que es ahí, en los intersticios del lenguaje, donde el deseo habita.

Ni siquiera su nombre en alemán, que Freud le otorgara, Wunsch,  le detiene en una significación, pues en Begehren encuentra también otro término, sin agotar por ello su sentido. Ahí el secreto de su indestructibilidad. Para destruir algo hay que localizarlo, y la deslocalización del deseo es evidente, forjando su residencia, su Dasein, su estar ahí, en un espacio entre dos significantes. No hay lugar para el deseo en la conciencia, sólo en el fracaso (insuccès) del intento, en donde se revela como un sinsaber que sabe (insu que sait).

Lacan intenta localizarlo de distintas formas:

-Mediante la escritura: en su grafo del deseo, entre la linea de la enunciación y la del enunciado, al nivel del fantasma; o bien entre el “para todos” de la fórmula sexual masculina y el “no toda” de la femenina.

-Mediante la nominación, en un recorrido que pasa ra-son-ablemente por el Das Ding, el designio, el deser, y atraviesa nuevos vocablos, como el objeto a, el plus-de-gozar, y un metonímico etcétera por el que deambula cual lagarto en los setos del decir, perdiendo su cola en cada modalidad sustancial de goce.

Producto del lenguaje y causa del discurso, cada uno de los hablaseres intenta arreglárselas con él en su síntoma. Así pues, articulado en la palabra, pero no articulable, se deja querer por los sujetos en su errar juguetón por los dichos.

¿Cómo entonces alcanzarlo? Sólo mediante el rodeo de la interpretación, ese decir sinsontido del analista que permita rasonar con el deseo del sujeto en un instante efímero de saber en el lugar de la verdad. Para dejar de ser luego verdad ese saber. Es su destino.